Y como estábamos en plena era industrial, la idea de comercializar y fabricar en serie, también se vió rentable para este tipo de cacharros.
Y gracias a los avances teconológicos de la época, pasamos de las engorrosas baterías, al uso del motor eléctrico, y como consecuencia, el poder usarlos en casa.
Debió ser una gran liberación, pues ya podías organizarte tus sesiones, independientemente de que el médico te diera o no cita.
En 1902, Hamilton Beach of Racine, patentó el primer vibrador eléctrico. El invento tuvo tal éxito que se llegó a convertir en el quinto aparato eléctrico más usado en las casas, incluso antes que el aspirador o la plancha.
En el año 1917, había más vibradores eléctricos que tostadoras en los hogares americanos. Nuevos diseños y docenas de patentes salieron al mercado y el imperio de los vibradores siguió su imparable ascensión hasta aproximadamente hasta los años 50.
Desde es fecha hasta los años 70, nos empezó a entrar la tontería. Lo que anteriormente se había concebido como algo beneficioso, ahora se empezaba a esconder. Estabamos entrando en una época oscura. Los anuncios de vibradores se empezaron a camuflar como secadores o aspiradores, y aunque seguían apareciendo anuncios de vibradores en las principales revistas femeninas, se empezaba a presagiar el carácter endemoniado que querían inculcarnos ciertos sectores de la sociedad.
La asociación de vibrador con películas pornográficas, fue lo que aprovecharon estos sectores para provocar este cambio de concepción de este maravilloso invento. Así, los vibradores que hasta ahora habían sido considerados como aparatos beneficiosos para la salud, pasaron a considerarse perniciosos y mal vistos.
Ya no teníamos donde comprarlos fácilmente, y si lo encontrabas donde adquirirlos, había que ocultarlo, por lo que ya nadie los podía tener tranquilamente en su casa junto al ventilador. Y digo ventilador, porque entonces aún no había aire acondicionado.
Y otra vez a empezar. ¿Que hacemos ahora con la histeria femenina? Ya ni los médicos te dan solución de manera manual al tema. Pues nada, a recetar antidepresivos. ¡Que pena de modernidad!
Historias de la Histeria